jueves, 8 de abril de 2010

Salsa Rosa

Voy a hablarles de una de las armas, a mi parecer, más potente de este nuevo siglo. No es ningún arma de destrucción masiva, o tal vez sí, sino les hablo de la publicidad. Un fenómeno que tiene su origen íntimamente ligado al de la prensa. Esto es debido a la necesidad de las empresas o entidades de promocionar sus productos, sea cual sea su naturaleza, y la mejor manera es publicándolo en el mismo medio al que accederá la mayoría de la población. Este método no se reduce a la publicidad en la prensa escrita, ésta siguió avanzando y proliferando llegando a conquistar todo y cada uno de los medios de comunicación que actualmente consultamos.

Donde tal vez se hace más patente y agobiante es en la televisión, que a la vez es el medio más generalmente usado por esta la nuestra sociedad. Mientras que miles, y millones, de personas ven la televisión nos bombardean con productos, asedian nuestra mente con campañas comerciales que nos hace cada vez más consumistas. Nuestra sociedad avanza irrevocablemente a un auge consumista. Es tal el valor social que posee la publicidad actualmente que en el capítulo final de una serie americana, que se emitirá a finales de mayo, por treinta segundos de publicidad se llegan a pagar hasta 900.000 $. Es una cifra totalmente desorbitada si hablamos en términos generales. Pero ¿qué hay si hablamos de ella en términos relativos al poder que nos otorga? Si alguien paga esa cifra por treinta segundos, debe tener muy claro que los beneficios que obtendrá de ello serán muchísimo mayores, tal vez lo peor de todo es que esto sea verdad.

En España tenemos casos similares, se trata de algunos programas conocidos como “del corazón” que se dedican a destripar la vida íntima de personajillos que se vanaglorian de ser famosos por el simple hecho de haberse acostado con algún cantante o torero. Esto se convierte en un círculo vicioso de autodestrucción social, expongo mi razonamiento.

La sociedad actual, desprendida totalmente de moralidad íntima de cada una de las personas que la componen, carece de unos ideales que tal vez sean necesarios para salir adelante como país de vanguardia. La gente inculta, ya sea por pena o por aburrimiento, encuentra interesante perder una tarde entera, o incluso una madrugada si es necesario, observando cómo ocho monos se tiran verduras unos a otros; esto no es algo inventando por la sociedad de la información del nuevo milenio, es algo que ya ocurría en la Roma de los emperadores, pan y circo es la fórmula del éxito político. Dales subvenciones y móntales un circo en el que lo que observen sea más triste que sus propias vidas y ellos serán felices, pues siempre habrá alguien más desgraciado. En siglos pasados tal vez fue la religión el opio del pueblo, la que los hacía partícipes de una búsqueda final de la felicidad. Al menos eso podría tener un sentido teológico, hoy en día nuestra sociedad es tan triste que el opio de la misma es la televisión (y los medios relacionados con la misma, como Internet en ocasiones). Bien, partiendo de este hecho, si estos programas captan tanta audiencia, y si además se trata de un público a priori débil en cuanto a personalidad propia, esta audiencia se convierte en una mina de oro para las empresas interesadas en promocionar sus productos, por lo que ofrecen cantidades enormes de dinero para contratar unos preciados segundos que les valdrán para aumentar sus beneficios.

Las cadenas televisivas al verse obligadas a seguir captando grandes cuotas de audiencia hacen el circo cada vez más ridículo, más triste, y a la vez más satisfactorio para esta audiencia sin alma. A partir de este punto todo vale, tan solo lo que importa es captar audiencia, el fin justifica totalmente los medios. De aquí nacen algunas estrellas de nuestra sociedad como son Carmele, Belén Esteban o los personajillos de Gran Hermano. De aquí también podemos entender como la mayoría de estos colaboradores televisivos lleguen a cobrar más que el mismísimo presidente del gobierno, llegando a engrosar sus cuentas con emolumentos cercanos a los 100.000 € al año. Pudiera parecer desproporcionado por aparecer en la tele insultando y despreciando a otras personas, pero no, el circo necesita de payasos, de gladiadores que sean capaces de perder su vida, su dignidad, en pos de obtener audiencia y beneficios propios.

Esto hace que cada vez más gente pretenda hacerse famosa y siga día a día la evolución de estos peleles televisivos, que no son más que marionetas, además permite soñar a los pobres ilusos que ven con admiración este tipo de parodias. Por lo que se trate del pez que se muerde la cola.

La pregunta es, ¿y qué hacen nuestros dirigentes políticos al respecto? Nada. De hecho lo apoyan, qué más pueden pedir si tienen al pueblo contento, feliz, aletargado, están en crisis y no se quejan, no les importa, porque alguien saldrá contando sus penas en un plató y ya se les olvidará que este mes no podrán pagar la hipoteca. Son votos fáciles, cerebros secos, subyugados a la voluntad de las cabezas pensantes de este país. ¿Por qué no inundar la televisión con programas de calidad que permitan mejorar nuestro nivel cultural y que permitan a las personas formarse para así abrirles las puertas a nuevos proyectos? ¿Por qué no desintoxicar la televisión de publicidad basura que no hace más que mover los contenidos por los intereses comerciales de las grandes marcas? Porque no es beneficioso para el gobierno que haya gente con capacidad crítica, que se interese por temas socialmente olvidados que tan solo les traerían quebraderos de cabeza. Tal vez esta sea la visión más blanda que quiero escribir de la voluntad del gobierno, ya sea del color que sea, en cuanto a sus decisiones relacionadas con la televisión.

Además, es obvio pensar que cualquier partido político tendrá bajo su poder entidades comerciales, que se dedican a publicar diarios, de ahí que veamos prensa que tienen mayor predilección por una formación política que por otra. Es tal el grado de manipulación que los grandes diarios ocultan información según su convenio. Unos ocultan alguna noticia, mientras otros la cuentan, y la que perjudica al gran gobierno, la ocultan todos para que la sociedad se mantenga al margen. También es muy típico comenzar debates absurdos o reproducir encuestas y estadísticas (falseadas por supuesto) para tapar otra noticia que podría llevar a una ruptura social. Algunos grupos empresariales incluso llegan a tener diarios con ideologías contrapuestas para manipular a un rango mucho más amplio de la sociedad.

A todo esto súmenle lo siguiente, ya que me gustaría acabar con una reflexión. Por un momento imagínense que no se trata de productos comerciales, sino de ideas, de voluntades, de un lavado de cerebro a la mano de los mandatarios, seguro que nadie se sorprendería si le dicen que están influyendo en el voto a la sociedad mediante contenidos subliminales. Seguro que nadie haría nada para evitarlo, o al menos a la gran mayoría no le importaría, a la gran mayoría mientras les condimenten su vida con salsa rosa no hay de qué quejarse.


Siete mil ciento dos caracteres.

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