martes, 18 de enero de 2011

Pompas de jabón


Conecto el hilo musical. Abro el grifo del agua caliente, veo cómo el chorro sale de la alcachofa, fuerte y a la vez transparente, escucho cómo cae la infinita corriente que con un simple gesto he desatado. Corriente que jamás cesará si no es mi propia voluntad la que interviene, infinita, inagotable, inacabable, a mi alcance toda la que quiera. Lo peor que me puede pasar si hago eso es recibir una factura cuyo pago no podré hacer frente. Pero eso ya no importa. Al menos no ahora que el agua está en su punto perfecto, temperatura lo suficientemente agradable para abrir la totalidad de mis poros y reconfortar cada centímetro de mi piel que en ella se sumerge, está lista para ser disfrutada, la humedad penetra en mi cuerpo y el vaho empaña mis ojos y por extensión mi alma.

Me introduzco torpemente en la bañera, aunque consigo acomodarme no encuentro mi sitio, quizás no esté en esta bañera, quizás esté en otra bañera, otra bañera en otra casa, en otro país radicalmente distinto. ¡Qué más da eso ahora! No te distraigas con absurdas tonterías, pensamientos insignificantes que nada importan ahora.

Vierto algo de jabón en el agua. Es realmente espumoso. De manera rápida y violenta convierte la bañera en un océano completo de pompas de jabón. Acaricio mi melena húmeda mientras en el hilo suena Boléro de Ravel, en su parte más emocionante. El tacto de mi pelo es sedoso, junto con la mezcla de sensaciones que tal canción despierta en mí, esto desencadena en una erección inesperada. Pero, ¿cómo puedes pensar en ese tipo de cosas ahora! ¡Limítate a llevar a cabo tu cometido!

Aún excitado, decido poner fin a esta farsa, burda representación teatral, en la que los actores y actrices no se conforman con lucir una sola máscara y recurren, ya sea por placer o necesidad, a un baile carnavalesco en el que jamás supe o pude entrar aun siendo invitado a ello. Supongo que no está en mi naturaleza esa capacidad innata para deleitar a los demás con enrevesadas y burlescas artes escénicas. ¿No crees que estás alargando esto demasiado? ¿Es realmente necesaria toda esta parafernalia?

Tomo la cuchilla sutilmente, la cual descansa sobre la repisa de los botes de jabón. Un corte limpio pero a la vez lento en la parte inferior de mi muñeca izquierda. Un simple corte, seco, profundo, indoloro, purificante, destructor, regenerador y a la vez largo y prolongado como un orgasmo femenino. La sangre brota a borbotones, débiles lágrimas de rubí, cuentas del rosario de mi alma, purpúreas perlas preciosas y preciadas, aún más cálida que el agua en el que me voy hundiendo poco a poco. Es roja. Muy roja. Me atrevo incluso a decir que sale directa de mi corazón. De manera ilógica, o tal vez no tanto, siento un placer descontrolado mezclado con la sensación agónica de que mi vida se escapa por segundos. La sangre se diluirá en el agua, como mi vida se diluirá en la espesa muerte. Jesucristo convirtió el agua en vino mientras que yo lo haré en sangre, él la muerte en vida, y yo mi vida en muerte. Cual loco imagínome ofreciendo este líquido que me rodea a un fiel rebaño de seguidores mientras exclamo: ¡Tomad y bebed todos de él!

Ahora que por fin lo has conseguido, ¿vas a detenerte en estas estupideces, en lugar de contemplar la perfección de tu obra? Recobro la lucidez momentáneamente para observar, mientras tan solo soy capaz de mantener mi cabeza a flote en este mar en el calma en el que mi cuerpo naufraga y se sumerge lentamente, algo que jamás había observado anteriormente. Tener que esperar al momento de tu muerte para disfrutar de estos detalles que la naturaleza brinda resulta paradójico en mi mente. Aprecio con ingrávida expresión, agónico rostro muestro, cómo las pompas de jabón, que habían formado legión ante mis rígidos ojos, se unen entre sí íntimamente, acariciándose unas a otras y mezclándose sutilmente. Observo totalmente absorto cómo tres pompas se han unido entre sí, formando entre ellas un perfecto ángulo de ciento ochenta grados cada una. Ravel ha finalizado la representación de su gran obra. Yo finalizo la que alguna vez intenté que fuera la mía. El rojo se va tornando a negro y mis párpados se funden, como nieve de primavera, en un plácido sueño. Se cierran, cual rojizo telón teatral, dando por concluida así la funesta representación.

Tres mil quinientos cuarenta y nueve caracteres.